Las distorsiones vinculares perturban el acceso del bebé al
conocimiento de sí mismo y del entorno. Según Mazet y Stoléru (2003) si cualquiera de estos estilos de
relación predomina en el vínculo entre el bebé y sus cuidadores primarios es
probable que existan también manifestaciones problemáticas en la organización
psíquica incipiente del niño, o al menos que su desarrollo óptimo esté en
riesgo.
• La relación sobreinvolucrada, en la que el adulto
demuestra un compromiso físico y/o psicológico excesivo con el bebé, lo
controla en permanencia, obstaculiza sus iniciativas, metas y deseos. Sus
exigencias son inadecuadas para el nivel de desarrollo del niño. Frente a esto,
el bebé puede desplegar conductas de sometimiento, ser excesivamente obediente
o, a la inversa, muy desafiante. La expresión de sus habilidades motrices y/o
expresividad lingüística puede verse empobrecida. En este tipo de relación, el
tono afectivo del adulto incluye variaciones entre manifestaciones ansiosas,
depresivas o agresivas que perjudican la interacción con el bebé, que suele
mostrarse enojado o gimotear. En general, no se establece un “diálogo” gestual
recíproco entre adulto y bebé que implique la percepción de dos individuos
separados que interactúan entre sí. Pareciera que el adulto encuentra
dificultades para ver al niño como un sujeto singular con intereses o
necesidades diferentes de las suyas. Esto incluye la utilización del bebé para
satisfacer las necesidades propias, su uso ilusorio como “confidente” o un tipo
de contacto físico de proximidad extrema o erotizado.
• La relación subinvolucrada, en la que el bebé y el adulto
parecen estar desligados, y en la que la conexión auténtica y espontánea entre
ambos es solo esporádica, muy poco frecuente. El adulto se muestra poco sensible
o no responde a las señales que ofrece el bebé. Cuando el adulto se refiere a
su relación con el bebé, no hay consistencia entre su relato y la cualidad de
las interacciones observables. En estas, él ignora al bebé, lo rechaza o bien
no lo conforta en situaciones de necesidad. El adulto no logra hacer eco de los
estados emocionales internos del bebé. Las interacciones afectivas son mal
interpretadas y poco reguladas por el adulto. Dentro de este contexto, el bebé
puede parecer tanto atrasado como precoz (autosuficiente) en sus aptitudes
motrices y lingüísticas.
• La relación de estilo ansioso-tenso se caracteriza por
interacciones tensas, restringidas, en las que casi no están presentes los
afectos placenteros ni los intercambios mutuos. El adulto suele ser
sobreprotector y mostrarse extremadamente sensible y preocupado frente a las
se- ñales que brinda el bebé. Su manejo del niño se percibe como torpe o tenso
y en las interacciones puede predominar un tono emocional negativo. Adulto y
bebé tienen ritmos y estilos diferentes y no logran adecuarse uno a otro. En
este tipo de relación, el bebé puede parecer tanto sumiso como ansioso o
impaciente.
• La relación
colérica-hostil se caracteriza por una interacción ruda y abrupta, a menudo
carente de reciprocidad emocional. El tono de las interacciones es hostil y
agresivo, hay tensión, y falta de afectos placenteros y entusiasmo. El adulto
parece insensible a las necesidades del bebé y su dependencia y estado de
necesidad parecen enojarlo. El contacto físico hacia él suele ser abrupto e
intrusivo. El niño puede parecer asustado, ansioso, inhibido, impulsivo o
difusamente agresivo. Puede presentar conductas desafiantes o resistentes hacia
el adulto, pero también puede mostrarse temeroso, vigilante y evitativo.
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