lunes, 9 de marzo de 2015

Dificultades emocionales causadas por la relación adulto-niño (0 a 3 años)



Las distorsiones vinculares perturban el acceso del bebé al conocimiento de sí mismo y del entorno. Según Mazet y Stoléru (2003) si cualquiera de estos estilos de relación predomina en el vínculo entre el bebé y sus cuidadores primarios es probable que existan también manifestaciones problemáticas en la organización psíquica incipiente del niño, o al menos que su desarrollo óptimo esté en riesgo.

• La relación sobreinvolucrada, en la que el adulto demuestra un compromiso físico y/o psicológico excesivo con el bebé, lo controla en permanencia, obstaculiza sus iniciativas, metas y deseos. Sus exigencias son inadecuadas para el nivel de desarrollo del niño. Frente a esto, el bebé puede desplegar conductas de sometimiento, ser excesivamente obediente o, a la inversa, muy desafiante. La expresión de sus habilidades motrices y/o expresividad lingüística puede verse empobrecida. En este tipo de relación, el tono afectivo del adulto incluye variaciones entre manifestaciones ansiosas, depresivas o agresivas que perjudican la interacción con el bebé, que suele mostrarse enojado o gimotear. En general, no se establece un “diálogo” gestual recíproco entre adulto y bebé que implique la percepción de dos individuos separados que interactúan entre sí. Pareciera que el adulto encuentra dificultades para ver al niño como un sujeto singular con intereses o necesidades diferentes de las suyas. Esto incluye la utilización del bebé para satisfacer las necesidades propias, su uso ilusorio como “confidente” o un tipo de contacto físico de proximidad extrema o erotizado.

• La relación subinvolucrada, en la que el bebé y el adulto parecen estar desligados, y en la que la conexión auténtica y espontánea entre ambos es solo esporádica, muy poco frecuente. El adulto se muestra poco sensible o no responde a las señales que ofrece el bebé. Cuando el adulto se refiere a su relación con el bebé, no hay consistencia entre su relato y la cualidad de las interacciones observables. En estas, él ignora al bebé, lo rechaza o bien no lo conforta en situaciones de necesidad. El adulto no logra hacer eco de los estados emocionales internos del bebé. Las interacciones afectivas son mal interpretadas y poco reguladas por el adulto. Dentro de este contexto, el bebé puede parecer tanto atrasado como precoz (autosuficiente) en sus aptitudes motrices y lingüísticas.

• La relación de estilo ansioso-tenso se caracteriza por interacciones tensas, restringidas, en las que casi no están presentes los afectos placenteros ni los intercambios mutuos. El adulto suele ser sobreprotector y mostrarse extremadamente sensible y preocupado frente a las se- ñales que brinda el bebé. Su manejo del niño se percibe como torpe o tenso y en las interacciones puede predominar un tono emocional negativo. Adulto y bebé tienen ritmos y estilos diferentes y no logran adecuarse uno a otro. En este tipo de relación, el bebé puede parecer tanto sumiso como ansioso o impaciente.


 • La relación colérica-hostil se caracteriza por una interacción ruda y abrupta, a menudo carente de reciprocidad emocional. El tono de las interacciones es hostil y agresivo, hay tensión, y falta de afectos placenteros y entusiasmo. El adulto parece insensible a las necesidades del bebé y su dependencia y estado de necesidad parecen enojarlo. El contacto físico hacia él suele ser abrupto e intrusivo. El niño puede parecer asustado, ansioso, inhibido, impulsivo o difusamente agresivo. Puede presentar conductas desafiantes o resistentes hacia el adulto, pero también puede mostrarse temeroso, vigilante y evitativo.

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